Quisiera que esta entrada tuviera motivos
mas especiales, pero en realidad después de dos semanas de ausencia simplemente extraño este lugar. Entre las multitudes, las calles, el tráfico, el
estrés, el estudio, las dificultades y el trabajo llegas a olvidarte de este
espacio. A tal punto, que alguna parte de ti cree que ya no ahí nada más que decir, que las palabras
se las trago el pavimento, que los pensamientos vienen y van entre las miradas
de las personas, que los silencios y el dolor se tragan entero, sin siquiera
saborearlos, sin palpar la vida, sin sentirte vivo…
Han sido semanas difíciles. Me atrevería
decir sorpresivas he inesperadas, encontrar a Dios entre las multitudes y los
afanes cada día se hace mas complicado he intentas aferrarte de cualquier
manera a su presencia, de hallarlo en el hermano, en el amigo, en las cosas que
cotidianamente nos rodean, pero a veces solo a veces ni me percato de su
presencia, entonces llego a olvidarme de los verdaderos motivos de mi
existencia, del verdadero sentido de
estar aquí; entre una taza de café y una lectura rápida del evangelio, corro
rápidamente a los brazos rapaces del afán
y de una sociedad que recuerda todo menos a Dios. Amnesia progresiva del corazón, esa es la
enfermedad mas común de quienes nos olvidamos de escuchar, ver y sentir a Dios.
Hace unos días, mientras organizaba alguna
información, entre el ajetreo y la presión lamente profundamente no tener conexión Internet o por lo menos no
poder acceder a ella en ese momento, entonces dije: ¡Quisiera tener Internet en todas partes, seria todo más fácil! Sin
embargo una humilde y silenciosa voz
retumbo en lo más hondo del corazón diciendo: ¡Ya quisiera que me buscaran como buscan el Internet o se conectaran
conmigo que si estoy en todas partes! Eso fue una bomba de tiempo, que se
escucho y retumbo con gran fuerza en el alma, como si se me hubiese olvidado lo más importante, como si lo fundamental y lo
esencial hubiese pasado aun segundo plano: Dios.
Pasamos tanto tiempo navegando en Internet,
realizamos tantas actividades en el día, conectados con todo el mundo, pero
desconectados de Dios y si no es totalmente, quizás parcialmente o con una señal muy débil;
ocupando nuestras palabras, dolores, alegrías en actualizaciones de estado que
no pasan de un “me gusta” lejos de las verdaderas respuestas que puedan llenar
las baterías del corazón.
¿Cuánto tiempo gastamos en nuestras
actividades? Media hora, una hora, dos horas ¿Cuánto tiempo navegamos en Internet?
Cuando solo bastarían quince minutos o diez para que tu estado con Dios pasara de “desconectado”
a “conectado” y recibir todas las repuestas, la gracia, la vida y el consuelo
de quien siempre ha estado ahí.
¡No corras! ¡Detente! Solo por un momento,
por un minuto. Dios quiere escucharte, pero también quiere hablarte.
Muy buena reflexión Leidicita, creo que a todos nos toca en algún modo sino en todo! gracias por tus refelxiones nuevamente!.
ResponderEliminar