Han sido días cargados de
trabajo, como todo lo que implica la navidad. De este modo, el apostolado puede
resultar en muchas ocasiones desgástante, de ahí que siempre debe estar
acompañado por la oración, por la certeza de que es El mismo Cristo quien se
vale de nuestra humanidad para entregarse al mundo a través de nuestras manos,
nuestra voz, nuestra vida. Que en definitiva, no es nada, más que un ligero
soplo que se debilita con facilidad; sin embargo la oración y la comunión con
Dios siempre logra retornar a nuestras vidas la paz, la fuerza y la alegría.
Puedo decir con seguridad, que
cada día es diferente aun cuando no quisiera levantarme, Dios está siempre al tanto de la tarea que nos ha otorgado a cada uno, pero no como espectador sino
como ayudador y centro de todo lo que somos y hacemos. Procuro repetirle todos
los días a mi corazón aquella cita bíblica que dice“Sin mí no podéis hacer
nada” Me reconforta el saber, que mas allá de lo que pueda hacer o no en cada
lugar o con cada persona es Dios el que hace la mayor
parte del trabajo, así que mi labor solo consiste en disponerme a su voluntad,
cualquiera que sea, es decir que solo basta con un: ¡Sí!
Pero a veces no es tan sencillo.
Porque en el corazón suele llenarse de temor, de preguntas, de dudas, de
incertidumbre, de incredulidad, de desaliento y de la falta de sentido en todo
lo hacemos y profesamos; Asi que el ¡Si! suele estar opacado por mi humanidad. Durante todo este tiempo, he aprendido hacer pausas,
en especial cuando a mi forma de ver,
comienzo a caer en el activismo dejando de lado mi relación con Dios, es
decir cuando pierdo de vista el ¡Sí! He
intento desesperadamente, recobrar el sentido del ¡Sí! Dado por primera vez,
aquel ¡Sí! Que implica abandono, descanso,
comunicación y un constante Dialogo entre aquel que me habita y lo que soy.
Hoy al estar en Eucaristía, decidí
hacer un ¡Stop! Para escuchar, para sentarme a los pies del maestro. Sin nada
mas, que mi debilidad, la fatiga del trabajo y del camino. Sin embargo, más que
las muchas palabras que se puedan decir durante la homilía, me encontré con una
palabra sencillísima cargada de fe y
confianza: El ¡Si de María! En el momento de la anunciación.
Sabiendo así, que la Fe de María
seria puesta a prueba cada día. No era solo un ¡Sí! Momentáneo si no uno que comprometía
la vida entera, la voluntad de Dios. Uno que le implicaría desgastarse por amor
y para el amor, la entrega absoluta en quien habitaba en ella, el mismo Cristo
quien se valía de su humanidad para glorificarse en sus entrañas como su
ayudador en la tarea salvífica. De tal forma que cada mañana ella pudiese
refirmar el ¡Sí! Dado en aquel momento y que este mismo ¡Sí! Que ahora vivía en
sus entrañas fuera la fuerza que la llevara por el largo camino que aun hacía
falta por recorrer hasta la cruz.
Pido a Dios que la misma fuerza
infundida en ella para no desfallecer sea puesta en mi corazón para poder
decirle a Dios con un abandono infinito: "He aquí las esclava del Señor; háganse en mi según tu palabra"
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