Desde que empecé a
ascender nada me interesa con más fuerza que llegar a la cima. Sin embargo aun
en lo más profundo del corazón nace una pregunta ¿Cómo llegue aquí? Y es
inevitable observar la montaña y no
quedarse perpleja ante la cantidad obstáculos, aciertos, desaciertos, dudas,
miserias, ante la falta de fe…Y aun así ¡Estoy aquí! O ¡Estamos aquí! Y digo “Estamos”
por que El ha sido el primero en subir, el primero en creer, el primero en
levantarse, el primero en “estar” aun cuando he querido detenerme, aun cuando
la montaña y su aparente soledad me dice a gritos ¡Que no vale la pena! Pero entonces
¡Siempre esta El! Y mi corazón celebra la alegría de su presencia, de su
fidelidad como cual Padre sale al encuentro de un hijo que con frecuencia se
pierde: En su propia soberbia, en su orgullo, en su vanagloria, en su
autosuficiencia, en sus afanes, en sus preocupaciones; encontrándome así, lejos
del camino. Y luego llega la desesperación
y con la desesperación los fantasmas de la montaña que nuevamente seducen el corazón,
aquello que aborrecías de tu ser parece ahora una propuesta seductora y es allí
cuando sabes que ¡Estas perdido! Ante tal angustia una voz hace eco en todo tu ser diciendo: “Sin mi
vosotros no podéis hacer nada”. Lo cual me hace un ser frágil, sin agua, sin
alimento, sin vida, siempre a la intemperie de mi propio pecado, de mi propia
ceguera, que amenaza con matarme si acaso no me vuelvo a encontrar con El.
Tantas veces he intentado en mis
meritos encontrarle en medio de la montaña, pero es El ¡Siempre es El! Quien sale
a mi encuentro. En ocasiones llega en silencio, en otras solo nos detenemos para aprender algo del camino que pase por alto, y en otras
simplemente dialogamos como dos buenos amigos que se aman, que se conocen, que
suben juntos, que quieren estar siempre juntos, que no tienen miedo de desnudar el alma. Pensaba entonces,
en Moisés a quien llamaba “amigo” y en un amigo solo se puede tener una confianza
absoluta sin preguntas o reproches en quien te conoce y te sondea por completo,
en quien ningún suspiro le es escondido, en quien no solo es amigo sino que es
padre, novio, esposo, guía, luz en medio
de las tinieblas...Y la pregunta de ¿Cómo llegue aquí? Solo se puede responder de una
forma y es por que El ha estado conmigo y me encanta su “estar” porque es lo
que me permite volver, aun cuando no soy digna, aun cuando mi amor es mendigo…El
esta, siempre esta y no precisamente en la cima que tanto anhelo, sino al lado
de mis miserias, de mi pecado, de mis faltas, de mi sed, de mi angustia, de mi
dolor, de mis dudas para decirme ¡No temas, yo estoy contigo! Y por eso le amo,
y quiero, yo si quiero subir con El: “Si tu presencia no va conmigo no quiero
ir a ninguna parte” quiero sentirte a mi lado ¡Te quiero a ti mi Cristo el día
de mi muerte! ¡Quiero que seas lo último que vean mis ojos al morir y lo
primero que vea cuando despierte de ella! En el ocaso de mi vida cuando no
tenga nada más que ofrecerte y mis fuerzas fallen al subir la montaña quiero estar contigo, por eso mi Dios: ¡Encuéntrame
siempre! ¡Encuéntrame siempre y sube
conmigo!
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